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Florencio Martínez Ruiz





CÁRCAVA, UN POEMARIO CASTELLANO
por Luis López Álvarez. Col. Ocnos. Barral Edit. Barcelona



    Todas las generaciones tienen sus poetas olvidados o cuando menos desplazados, voluntaria o involuntariamente. Luis López Álvarez es, sin duda, la pieza que no casaba hasta ahora, con los poetas de la segunda generación de posguerra, rigurosamente coetáneo por ser de su misma edad (Claudio Rodríguez, Eladio Cabañero, Jaime Gil de Biedma, J.L. Martín Descalzo, Mariano Roldán, etc.) y rigurosamente vigente por actuar dentro de las mismas o parecidas solicitaciones espirituales (rehumanización de la poesía, vuelta a las raíces, redescubrimiento del paisaje, una nueva actitud vital comprometida…). Nos parece que este su sexto libro Cárcava – uno de los poemarios de mayor unidad y hermosura de entre todos los publicados a lo largo de la última temporada - , su integración a la poesía española no ofrece dudas. Es más; el tracto expresivo, verdaderamente espectacular, que Luis López realiza es una bomba de oxígeno para una lírica que comenzaba a presentar algunas reiteraciones, La continuidad de nuestra poesía, aceptando lo precario del término, ha encontrado problemas por la vía culturalista y meramente “veneciana”. Cárcava puede ser –y ya lo es- un intento de zarandearla desde otros ámbitos más lúdicos y experimentales, aunque sin lanzarla al vacío. Luis López Álvarez hace el reingreso a las áreas poéticas castellanas con doble interés: de un lado, no desmiente su raigambre mesetaria llevada a lo cósmico, y, de otro lado, ordena el lenguaje en una aparente, pero muy sabia alucinación de enormes e imprevisibles efectos líricos.


     Luis López Álvarez, 45 años, nació en un pueblo de León y ha recorrido buena parte del mundo como funcionario de la UNESCO, lo que puede explicar la discontinuidad e irregularidad de su obra , donde encontramos los tanteos de sus primeros libros, Arribar sosegado, Víspera en Europa, o Rumor de Praga, y el perfil más acusado de Las querencias y Los comuneros como otras tantas experiencias y estilísticas. La aparición de Las querencias vino acompañada de de juicios importantes de Aleixandre, Guillén, Madariaga y Asturias en el sentido de afirmar un poeta castellano, caminando por la senda real de la tradición española. Efectivamente, sus rotundos sonetos, magníficamente cortados, , parecían desconocer algunos hallazgos decisivos en el género, tanto conceptual como expresivamente. Pero daban la medida de un poeta de gran valor formal, con evidente dominio de los recursos expresivos. Sus poemas, bodegones al sol ibérico, óleos casi zuloaguescos, unían la enraizada intención localista con un dúctil juego de efectos y ritmos. Los comuneros, era un libro castellano en otra longitud de onda. Asumía Castilla no sólo en lo que tiene de color o de paisaje, sino en una objetivación histórica de los movimientos populares ocurridos en España desde 1492 a 1526.Hace unos años, Carlos Barral acusaba de “indigenismo” a la poesía castellana reciente, por un arrastre de cierta retórica noventaiochista. Ante Luis López Álvarez que revive el compromiso de una Castilla nada centralista, no tendría más remedio que revisar sus afirmaciones. No considero este libro con el entusiasmo de su propio autor, incluso desde un punto de vista formal, pues el romance empleado, ágil y limpio, de buena andadura, nada añade, salvo su apretado contenido y algunas notas descriptivas, a la gran tradición de nuestro romancero. Sin embargo, resulta decisivo, para fijar el itinerario del poeta y el de la propia poesía mesetaria, que posee en él algo así como un pequeño “corpus” programático.


    El nuevo libro es un auténtico hallazgo. Cárcava desborda los puros “monorrimos”, los efectos léxicos, las reiteraciones fónicas, las onomatopeyas buscadas en que se apoya gracias a su concepción totalizadora y absoluta donde coexisten el amor a la tierra – evidentísima en él, a pesar de su aparente inconcreción topográfica -, el compromiso con el hombre y una toma de conciencia con el destino del poeta y de la poesía. Definitivamente es un poemario que define, a través de trece partes, la poesía de Luis López Álvarez, poco definida hasta ahora, en lo formal al menos. Poesía áspera, entera, dinamizada por elementos de diversa extracción, que se inscribe en los nuevos rumbos un tanto rituales de la cultura en el que la palabra determina y condiciona los aspectos conceptuales y formales. Luis López Álvarez canta ahora la enorme zozobra del hombre desde una zona de sombra y penumbra, en una búsqueda de claridad. A través de la alucinación histórico-temporal encuentra las piedras que le ayudan a hacer su camino. Cárcava posee un pulimento tan riguroso como sus libros anteriores y aún mayor, aunque siempre conmovido por una honda vibración lírica, ajena al automatismo surrealista, absolutamente solidaria y consciente.



FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ
“Blanco y Negro”, Madrid, 30 de agosto de 1975






TRÁNSITO, de Luis López Álvarez



     No hay más remedio que hablar de una raíz áspera, alucinada y esteparia, al calificar la lírica de Luis López Álvarez. Nacido el poeta en un pueblo de León, ha recorrido el mundo –uno diría el Universo, por el vuelo cósmico, estelar de su inspiración-, aunque llevando adherida una punta de tierra mesetaria en sus pies. López Álvarez, en alas de un europeísmo más o menos convincente, se abrió en sus primeros libros a una simbología ambiciosa – Arribar sosegado, Víspera en Europa y Rumor de Praga, sobre todo – que luego ha rectificado. Ya no es sino un poeta en torno al eje de un castellanismo asumido por elevación, aun manteniendo sus “querencias” en la realidad concreta.


     López Álvarez es un lírico alienado y extrañado, surcando unas atmósferas heraclitianas, y existenciales. El poeta se siente zarandeado por unas fuertes sacudidas interiores al borde del Apocalipsis, que sólo el vuelo rasante sobre la meseta –aljibes enterrados, palomares desiertos, portones olvidados, etc.- y le contienen de caer en el vacío. Tránsito, un libro ardiente y enfebrecido en su llameante concepción, levanta, en efecto, su ensamblaje imaginístico y metafórico con elementos enterizos del páramo leonés y con asociaciones inmediatas de un mundo rural y terrazguero.


    No se trata de un redescubrimiento del paisaje, urgido por su marginamiento, o de una solidaridad con el hombre, batido por la injusticia. En la alienación de López Álvarez hay elementos existenciales y puramente verbales que traspasan en muchas atmósferas cualquier torpe metáfora. El gran tirón de este libro, como ya ocurría con otro anterior, Cárcava, está sostenido por la gran parábola heraclitiana sobre la que se asienta. Existe aquí una exacerbación realista –materialista en suma- que desemboca en un clima místico. La oscuridad de Tránsito no viene tanto de su concepción metafísica cerrada o de un automatismo de sesgo surrealista, sino de su propia reducción a lo cósmico.”De tránsito eres y en tránsito te has de convertir”, dice Luis López Álvarez en uno de sus poemas, porque se siente “pastor de trashumancias” y “jinete de fronteras”, protagonista de un vuelo iniciático y místico de inesquivable sublimismo. Las vivencias y nostalgias de Tránsito apenas están motivadas por el sentimiento. López Álvarez se siente “vástago del tiempo”; le preocupa una vida más alta y duradera, de resonancia mítica. Y de ahí que el sentido de su tragicidad existencial no sea tanto motivada por la imposibilidad de recuperar unos datos personales, como por la propia indefensión de ser hombre. La gravidez metafísica de este libro es tan evidente como lo es también la gravidez temporal. Pues toda la zozobra de López Álvarez se centra en atravesar el puente de la vida antes de que se derrumbe con estrépito.


     La poesía de López Álvarez, pese a esta reducción al infinito, no puede ocultar su ornamentalidad culturalista. La Castilla histórica y geográfica subyace incluso en este libro, todavía con querencia a “la tapia de adobes” y a las “azoradas mazorcas”, al “valle que se abre inopinadamente en la meseta”, determinado como está el poeta por una realidad histórico-temporal y por una vibración estética de muy concretos matices, y aunque aparentemente Tránsito , como ya ocurría con Cárcava, rompe con la rotundidad temática y formal de sus libros claramente “mesetarios” (como son Las querencias y Los Comuneros), no por eso se pierde la onda sanjuanista o teresiana que, en definitiva, es la suprema incidencia de este altísimo poemario.


     Si ya en Cárcava se producía una síntesis de experiencias y hallazgos totalmente nuevos –es imposible olvidar que hasta entonces el poeta oscilaba entre el buen colorismo del paisaje y la dialéctica del compromiso histórico- , en Tránsito, la renovación estilística logra su meta. Es clara la intención solidaria y comprensiva de López Álvarez, pero mucho más su intención totalizadora. Las fórmulas superadas en Cárcava, respecto del simplismo expresivo de sus libros anteriores, alcanzan aquí un grado de maestría. Los efectos léxicos y fónicos se mantienen, como se mantienen las onomatopeyas, las aliteraciones, el dominio versal y rítmico. No obstante, el rapto poético es más fulgurante, más arrebatado y puro, al contar con una dimensión metafísica –evidente ya en el título del libro- abismalmente profunda.


     López Álvarez lleva la tierra pegada a sus alas, en este vuelo metafísico, hasta el punto que alimenta y enriquece su propio lenguaje.Y si no hay, ciertamente como en sus densos sonetos zuloaguescos de Las querencias, alusiones topográficas directas ni tampoco datos o fastos discursivos como en Los comuneros, la misma atmósfera espiritual recorre sus poemas. Aunque sólo en Cárcava y Tránsito es donde López Álvarez actúa como un impresionante “medium” lírico. Pues ha logrado un poemario que tiene una categoría mítica y epónima, rigurosamente mesetaria, a la vez que un subjetivismo de la mejor extracción surrealista. Que es, sin duda, el correlato a niveles puramente metafísicos, de las sacudidas espirituales de los poetas místicos.


     La palabra lopecealvariana mantiene su densidad, su porosidad natural, su categoría de fundamental elemento expresivo. Gracias a ella, la apertura imaginística y el lenguaje en libertad, refuerzan plenamente su sentido.



FLORENCIO MARTÍNEZ RUIZ
“A.B.C”, Madrid, 20-9-1979.



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