Las querencias, de Luis López Álvarez MÉTODO.- Gusto – algún lector lo habrá observado- de poner sobre el campo de observación de la lente crítica las obras exentas e individualizadas. En primer lugar, por una razón de economía de espacio, que me permite atacar el tema “in media res”; en segundo lugar, porque a veces la visión diacrónica del escritor nos vela o nos perturba la visión directa y momentánea. En ocasiones, naturalmente, mi ficha anterior del novelista, o del poeta gravita sobre mi pensamiento y, por lo tanto, sobre mi juicio. Pero, en el fondo, desearía que no fuese así. Como, por ejemplo, me acontece ahora con este libro editado por “Índice”, de cuyo autor conozco apenas una referencia de su vivir en París y en África, amén de unas frases laudatorias que imprime en la contraportada de este volumen, que inicia una “Colección Antonio Machado”. MADUREZ.- Una de estas frases, que firma Vicente Aleixandre, alude a esta obra como un “libro de madurez”. La lectura de estos sonetos – única estrofa que campea en sus páginas- nos da la imagen de un escritor “de vuelta” de muchas lecturas, así como de mucha experiencia vital. Por la primera actitud, sacamos el ovillo de una sabiduría retórica a la que aludiremos luego. Por la segunda, podemos pespuntear en el libro no sólo una geografía humana, sino también una cosmología. La misma distribución temática del índice de los poemas, tripartidos en “Tierra”, “Mujer” y “Absoluto”, implica un proceso ascensional que, como una solenoide, se enrosca y se eleva ambiciosamente, al servicio de un evidente sistematismo mental. “TIERRA”.- Se apoya este sistematismo en una verificación de la tierra, al retorno de largas singladuras (“Regreso”, página 2), estableciendo una morosa y sensual comprobación que empieza por la toponimia, utilizando la prodigiosa y noble musicalidad de los nombres de la geografía castellana. “Por mar de tierra en yeso acantilada, araña el viento lo que el sol calcina, Soria que emerge y Cuenca que se empina: meseta de la mesta y de la arada. La lanza es de Fernán, del Cid la espada; Zamora a Urraca, de Isabel Medina; dorado Burgos, Ávila cetrina: meseta del mester y la mesnada. Numancia inhiesta, alucinante Coca, chopos que estrían, álamos perdidos, cierzo que escarcha, arcilla que revoca. Con Duero recordar, al Tajo olvidos, refleja el Tormes, el Arlanza evoca: los ríos de Manrique van crecidos.” El poeta tacta, se acuesta, se mece en los nobles rótulos castellanos –Segovia, Tordesillas, Medina del Campo- o litorales –Mojácar, Santiago de Compostela-, con un bello poema, “Congo”, por añadidura. Es una poesía de moroso regodeo en las cosas, a las que llega empujado por esa “querencia” que canta en su primer soneto con un ímpetu bronco y patético, que parece emanado de un poema de Miguel Hernández. “Me embiste el corazón, brama en mi pecho, un toro que olfatea su querencia. Crece el recuerdo, aumenta la conciencia y el camino va haciéndoseme estrecho” (pág. 1) “Mujer”.- La misma fuente de inspiración, con análoga resonancia taurina, hallamos en la segunda parte del libro. Así, por ejemplo, en “Al quiebro”: “Al quiebro, amor, al quiebro me has clavado el dardo de colores de tu emblema y, en fuego de cauterio y anatema, la marca de tu hierro en mi costado” (pág.23) En una visión bronca y patética del amor, que se ordena y concentra sobre sí mismo y exige, como veremos, un decir sobremanera barroco. Quiero adelantar con ello que las características de estilo que, como es costumbre, cierran estas notas críticas, se justifican internamente por este barroquismo interior, que surge de un patetismo enamorado, trémulo y como jadeante, tremendamente ibérico en el impulso y en su expresión: “Apostándome así contra tu vera; entrar en ti, despacio, recorrerte a tientas con paredes de salmuera” (pág. 26) “ABSOLUTO”.- La experiencia amorosa se prolonga hacia los contornos y la sucesión del hombre: el espacio, los hijos. El poeta aparece inmerso en un océano, en el que se mueve ascendiendo y descendiendo, cantando al cosmonauta y a la infinitud constante y asediadora. Culmina esta temática la originalidad de fondo del lírico, cuya ya anotada madurez vital le enfrenta con esa visión cosmológica que le convierte en un ejemplo de experiencia vital y mortal. BARROQUISMO.- La otra originalidad, ya anunciada, estriba en el transporte de esa cosmovisión a una manera expresiva capaz de transparentar su altura, su hondura y su complejidad. Para ello el poeta utiliza el vocabulario del verso en un constante jugueteo de la palabra. Acaso no haya más que dos ejemplos recientes de esta esgrima verbal que puedan parecérsele: el de Félix Ros y el de Juan-Eduardo Cirlot, exponentes magníficos de esta maravillosa alegría del juego de la palabra por la palabra misma. Sólo que, en el poeta Luis López Álvarez se junta, con el ejemplo multimusical de Góngora –por ejemplo: “Cóncavo cuenco de la cuenca conga, cavila un pueblo sin tener cabida, el cuello curva, la lección sabida; pone lo suyo sin que el cielo ponga” (pág.15) el grave conceptismo de Francisco de Quevedo. Así: “Calla el zahorí, observa al que zahiere, zumba la selva, del tantán retumba, l a hiena ríe, la pantera hiere. Hubo allí un muerto al que negaron tumba, mas, si de su vivir el hombre muere, ha de vivir de su morir Lumumba.” (pág. 15) GUILLERMO DÍAZ-PLAJA De la Real Academia Española “A.B.C.” Madrid, 30 de octubre de 1969 |
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