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J.E. Martínez Lapuente





EL REGRESO



    La editorial Promociones y Publicaciones Universitarias (PPU) acaba de publicar un volumen que precedido de un prólogo escrito por el profesor Benito Varela Jácome, de la Universidad de Compostela, recoge lo más maduro de la poesía de Luis López Álvarez. Pálpito, que así se llama el libro, aúna tres poemarios: Cárcava, (un brillante ejercicio que tiene como objeto la palabra percusiva), Tránsito, (palabra fugaz y peregrina que da cuenta de las contingencias de una experiencia plenamente arraigada en su tiempo) y el que otorga título a este libro, hasta ahora inédito: Pálpito testimonio de una palabra pródiga, universal.


     López Álvarez, que actualmente emprende un viaje por Galicia, - quién sabe si para reencontrar los viejos sueños que tal vez le dictara esta tierra- ha estado, durante muchos años, habitando muy distintas residencias: París, La Habana, Caracas, Segovia. También su dilatada carrera profesional como diplomático le ha conducido a grandes viajes que, sin duda, han influido poderosamente en la concepción de numerosos poemas, despertando en él un manantial de imágenes sonoras. Pero, además de poeta, López Álvarez ha desarrollado una ingente labor como periodista, ocupando un destacado papel en la Función Pública Internacional y escrito importantes ensayos que han visto la luz en varias lenguas; lo que es preciso recordar y reconocer.


     Al igual que otros artistas de raíz castellano-leonesa – estoy pensando en Amancio Prada, con quien el poeta mantiene una tradicional y entrañable amistad, - López Álvarez ha establecido , ya desde su primer viaje, vínculos muy sólidos con Galicia: Amante de su literatura, y también de sus gentes, a mi me descubrió, con verdadero fervor, su interés por la obra de Mendez Ferrín y de Carlos Casares, autores a los que conoce perfectamente, junto a otros muchos, y que en absoluto considera menores en el ámbito de las letras peninsulares, como a algunos críticos les gustaría que así figurasen.


     Por ello, desde ese preciso conocimiento de los pueblos, su literatura, paisajes, lugares y costumbres, con el tiempo como cortina de agua separando viajes y continentes, se produce, el regreso de una voz radical, expectante, y que tras veinte años de peregrinaje y nostalgias nos recuerda la esencia de algunas palabras, agotando sus recursos expresivos hasta orillar no infable de su imagen. Y en este menester no cabe sino rendirse a la evidencia de lo evidente: Luis López Álvarez, altísimo poeta de la lengua castellana, es ya una voz destinada a ser leída y releída, escuchada tantas cuantas veces pensemos en el arte del Amor, en la escultura del Tiempo o en el velo de la Muerte; temas de siempre, en realidad los únicos que verdaderamente importan, y que hallan su cabal expresión en una experiencia humana que recorre los ecos que esa triada ha ido depositando en el alma del poeta.


     De los hallazgos técnicos de la poesía de López Álvarez da cumplida noticia el ya mencionado profesor Valera Jácome. Quizás tan sólo sea necesario destacar el esfuerzo en pos de la semiotización de la lengua, la particular disposición de la estructura del discurso poético y la destacada y visible función de los ejes semánticos. No voy a detenerme, sin embargo, en consideraciones acerca de la renovación que supone esta última aportación de la poesía de López Álvarez al conjunto de la lengua. Mejor que yo, los estudiosos, los verdaderamente eruditos en este tema, como por ejemplo, Julia Kristeva, dirán lo que tengan que decir en su momento y en lugares más apropiados para esta valoración, apasionante de veras, y, en cualquier caso, aleccionadora. Sólo pretendo señalar, mediante breves y un tanto desmañadas líneas , la importancia del relieve de una figura poética que ya es historia y que está abocada, inevitablemente, al mito, a la leyenda. Pues el poeta, conocedor del secreto y del terrible poder que hay en la lengua, es el depositario del alma de las naciones, del futuro de sus pueblos; y aunque este poder sólo perviva en la limitada acción que la poesía ejerce sobre in dividuos y pequeños grupos, si la palabra poética es verdadera, tarde o temprano, hallará su exacta correspondencia en el discurrir de esas naciones, en la vida de sus pueblos.


     Octavio Paz, una vez más lo ha dicho admirablemente: “En el poema el lenguaje recobra su originalidad primera, mutilada por la reducción que le imponen prosa y habla cotidiana. La reconquista de su naturaleza es total y afecta a los valores sonoros y plásticos tanto como a los significativos. La palabra, al fin en libertad, muestra todas sus entrañas, todos sus sentidos y alusiones, como un fruto maduro o como un cohete en el momento de estallar en el cielo. El poeta pone en libertad su materia”. Precisamente porque el poeta pone en libertad la materia de las palabras, liberándola de ajenas servidumbres, los pueblos, las naciones, pueden encontrar en sus poemas o canciones de gesta, el espejo frente al cual articular una imagen de sí mismos acorde con su realidad más auténtica y primera.


     La poesía de López Álvarez, no lo dudamos, será recordada en el tiempo como lava, levadura, fecunda semilla en esta tarea.



J.E. MARTÍNEZ LAPUENTE
“Diario 16”, 10 de diciembre de 1990.


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