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Jacinto López Gorgé





Luis López Álvarez: Los comuneros



    He aquí un libro desusado. Su singularidad es algo tan evidente, que no es posible hurtarse de proclamarlo a gritos, de reclamar atención y consideración no menos singulares. ¿Poesía épica? Sí, poesía épica. Y poesía épica en romance tradicional. ¿Mas no resultará anacrónica la aventura? En absoluto. El romance épico de Los comuneros, tal como lo ha concebido y realizado Luis López Álvarez, puede ser muy bien –en realidad lo es- el primer aldabonazo de una nueva poesía. De una poesía épica que, utilizando formas gloriosas, radicalmente castellanas, penetre en la sensibilidad, en los gustos de hoy –también en los de un posible mañana-, con un aire de renovación frente a tanta superabundancia de palabrería ornamental y gratuita de muy escaso –a veces ningún- contenido. Porque Luis López Álvarez, pese a su añejo procedimiento formal, es poeta vivo. Muy vivo. Y muy del tiempo nuestro. En su lengua poética –en la de este romance- no hay anacronismos. Tampoco los hubo, por supuesto, en sus libros anteriores –en verso libre los primeros y en sonetos soberbios el titulado Las querencias, no considerados –acaso porque el poeta reside fuera de España- como realmente merecen.



    Luis López Álvarez es –no podía ser de otro lugar el autor de Los comuneros- poeta de Castilla. Nacido en Barosa (León) hace cuarenta y dos años, pocos poetas de hoy encontraríamos tan castellanos – de tantas y tan puras esencias castellanas- como él. El manejo y dominio de la lengua de Castilla, sobre todo en sus sonetos, es algo consustancial en este poeta. Aquel soneto titulado “Lumumba” –López Álvarez fue amigo personal del líder africano- es una pieza maestra difícil de olvidar. En el largo romance de Los comuneros queda no menos acreditado, ahora con sobriedad nada fácil, este dominio de su castellanísima lengua poética. Pero no sólo por esto queda bien definida y atada su castellanidad. La recreación poética del tema de los comuneros – en afán renovador de nuestra poesía y en busca de una nueva épica- ya le acredita del todo. La verdad es que la rebelión comunera no ha sido considerada en sus justas dimensiones. Quizá porque se tratara de una rebelión contra el poder y la tiranía de un rey que dio gloria universal a una España grandiosa en un tiempo de imperialismos hispanos. Pero es una mancha demasiado grande para el reinado de Carlos I de España y V de Alemania. La rebelión comunera –una auténtica guerra civil que duró casi tres años y en la que se cometieron atrocidades sin límite- arrastró a todo el país. El pueblo en armas contra Carlos V y los extranjeros, contra el atropello y la injusticia, fue una gesta de proporciones nacionales, una auténtica revolución patriótica que se ha querido subestimar deliberadamente, pese a la verdad insoslayable de los archivos históricos. El hecho de que esta geste revolucionaria no fuera cantada hasta hoy por los poetas, nada quiere decir en cuanto a su veracidad e importancia. Luis López Álvarez, castellano cuya vida transcurrió en gran parte –según manifestaciones propias- en tierras de comuneros, ha pretendido cegar esa laguna de nuestra poesía épica con este libro, tan oportuno y renovador.


     Yo lo he leído con verdadero interés, desde su prólogo –un romance de sesenta versos- a su epílogo –otro de cincuenta y cuatro- y sin darme apenas respiro en cada una de las seis partes- largos romances de gran aliento- que componen sus ciento y pico de páginas. La narración de los acontecimientos, fielmente reflejados por este poeta, que “siempre me extrañó –declaró una vez – lo poco que se sabía y que se escribía de una historia tan ligada a aquellos lugares castellanos”, está hecha con el más exigente rigor histórico- “me propuse saber más sobre los comuneros y dar a conocer lo que supiese”-, según puede apreciarse por la cronología de todos los hechos narrados, junto a otros aconteceres un universales, que al final del libro se inserta. Y todo ello, además, con gran eficacia poético-narrativa, romanceando con sobriedad y economía de palabras cuando el relato lo requiere o describiendo no con tanta sobriedad, aunque siempre con cierta economía en sus bellos hallazgos poéticos, situaciones, ambientes y paisajes.


    La intensidad del romance no decae en momento alguno. El poeta gradúa sabiamente la narración. El ritmo es perfecto. Las asonancias utilizadas en los distintos romances, son siempre las más adecuadas para el logro de ese ritmo. Y la combinación de los arcaísmos indispensables con la lengua poética de nuestro tiempo, más perfecta aún si cabe. No en balde Luis López Álvarez es poeta –y castellano-, cuyo dominio de las formas –ya lo dije- me parece magistral.




JACINTO LÓPEZ GORGÉ
“La Estafeta Literaria”, nº 509, Madrid, 1 de febrero de 1973



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