PRESENTACIÓN (*) En síntesis y de extremo a extremo, los hechos que se relatan en el poema comienzan el 2 de de febrero de 1518, en la Iglesia de San Pablo de Valladolid, con el juramento del rey Carlos I; y acaban con el agarrotamiento en una almena del castillo de Simancas del obispo de Zamora, Antonio de Acuña el 24 de marzo de 1526.En el transcurso de esas fechas, se presentan los avatares del movimiento , dirigidos por una burguesía mercantil y clase artesanal, arrastrando al pueblo llano en defensa de los derechos municipales conquistados. Enfrente, el absolutismo realista y los privilegios de los grandes, que salvan sus diferencias y acaban por ensamblarse contra, nunca mejor dicho, el enemigo común, derrotado en Villalar el 23 de abril de 1521 y decapitados sus capitanes Bravo, Padilla y Maldonado. Para conformar la materia, el autor eligió el vocablo, verso, ritmo y modelo estrófico que más le convenía. Y ese modelo no podía ser otro que el romance; composición, como es sabido, formada por una serie indefinida de versos octosílabos que riman en asonante los pares y quedan sueltos los impares. La adecuación entre forma y contenido se hace con acierto y escrupulosidad impecable. No hay que olvidar que el romance es el tipo de poema de mayor vigencia en la tradición melódica o grupo fónico más frecuente en la expresión oral de los hablantes hispanos. Aunque el cultivo del romance persiste en autores contemporáneos (Lorca, Alberti, Guillén), incluso en las generaciones posteriores (Panero, Celaya, Otero), López Álvarez acierta a darle una dimensión de mayor calado y enjundia, tanto cuantitativa como cualitativamente. Por otro lado, con este regreso a lo clásico popular, López Álvarez devolvía a la lírica una temperatura épica que había perdido, aunque su resurrección pudiera considerarse como algo anacrónico y regresivo. Como afirma Vicente Aleixandre en el prólogo a la primera edición: “El romance tiene todo el sabor antiguo de la expresión vieja, pero al mismo tiempo tiene una resonancia moderna en el espíritu del que lo escucha. Ha habido un remozamiento dentro de la conservación de la tradición: algo muy difícil de lograr hoy. Intentos así, modernos, colmados, plenos como éste, no recuerdo ninguno, me parece un caso único.” Pero, al mismo tiempo, desde mi punto de vista hay otra virtud suplementaria que libera al poema de la mera exhumación arqueológica y se constata a lo largo de su lectura: traslado al pasado, sí, pero sin dejar de percibirlo como un conflicto actual y a la vez sempiterno de la lucha de clases. Ensalzar la justicia y la libertad, la solidaridad frente a la tiranía, el abuso y los intereses, son siempre temas perennes. Como ha señalado Joseph Pérez, en el romance de López Álvarez: “No se trata de erigir un monumento póstumo para héroes de otro tiempo, sino de mantener viva el alma de un episodio capital, de una lucha que tenía el sentido de una guerra de liberación.” El autor no se limita simplemente a narrar la anécdota o glosar los acontecimientos de forma desapasionada, sino que se introduce dentro de los personajes y de las circunstancias, viviendo y transmitiendo las emociones individuales, con sus tristezas y sus alegrías, pero también las vibraciones de la colectividad, que a uno le recuerda, mutatis mutandis, el estilo, tan avanzado para su época, del cronista medieval portugués Fernao Lopes. En el poema alternan magistralmente el manejo de los sentimientos humanos, las pausas meramente descriptivas, la subida de tono épico en la acción y el sosiego lírico en la contemplación de la Naturaleza. El lenguaje es sobrio, recio, sencillo, sin oropel y nada superfluo, como corresponde al decoro lingüístico del asunto; pero expresado con el vocablo preciso, medido, directo y, al mismo tiempo, vigoroso. La repetición es recurso favorito que convierte el hecho puramente denotativo en connotativo, como, por ejemplo, en la escena en que Padilla arenga a sus leales a destruir Cigales, feudo del contracomunero conde de Benavente, y éstos le advierten: Don Juan, don Juan, los perales, don Juan, don Juan, los almendros no podemos arrancarlos y ni talarlos podremos, que el mal que costó plantarlos es el único que hicieron. La invocación al jefe comunero se recarga de sentido afectivo, y a la vez preventivo, con la reiteración anafórica. En definitiva, el poeta consigue evocar, con maestría difícilmente superable, el ambiente de la época, tanto en lo que respecta al paisaje como al paisanaje, a través de un lenguaje que eleva a arte el gusto por lo sencillo. “vino nuevo en odres viejos”, como justamente ha dicho Manuel Olmedo. El poema está estructurado en seis partes, un prólogo y un epílogo, todo ello perfectamente fundido. Comprende un total de 1984 versos octosílabos, distribuidos del siguiente modo: prólogo (60); I (238); II (310); III (382); IV (292); V (322); VI (326); epílogo (54). Los versos son polirrítmicos, es decir, alternan las variedades trocaica, dactílica y mixta. Las rimas son, fundamentalmente, agudas y llanas con timbre en –á, -á, -é y –é. Sólo en la parte sexta hay rimas en –í-. No aparecen rimas en –ó y –ó-., esto es, agudas y llanas con ese timbre velar, lo que no deja de ser chocante por ser rima muy socorrida, no sabiendo si este hecho es casual o deliberado. El romance Los Comuneros salió a la luz en 1972, editado por la Editorial Cuadernos para el Diálogo, con prólogo de Vicente Aleixandre. Ed. Laia, publicó tres ediciones en 1977, 1979, y 1981, respectivamente. Con posterioridad, la Diputación Provincial de Valladolid editó la 5ª (1985) y 6ª edición (2003). Hay en curso dos nuevas ediciones, además de la que ahora se presenta. Decir, ya para cerrar, que este poema, verdadero himno no oficial de la Castilla de hoy, no pasó desapercibido a la sensibilidad musical. En 1978, a petición del cantautor segoviano Ismael –quien por entonces lograba grandes triunfos en Francia cantando musicalizaciones del Romancero tradicional- Luis López Álvarez escribió el “Romance de la Reina Juana”. Posteriormente, debido a un problema de voz del cantautor segoviano, Amancio Prada, al mismo tiempo que le musicalizaba tres sonetos, puso música al citado poema que incluyó en su repertorio. Dos años más tarde el grupo Nuevo Mester de Juglaría hizo una adaptación musical del romance Los Comuneros (disco Philips 33 stereo 6328218), versión que será ampliada 25 años más tarde, en 2005, antes de que apareciera la versión rock del poema a cargo del grupo Lujuria. Como colofón, no nos duelen prendas en considerar al romance Los Comuneros indispensable en cualquier antología que recoja la mejor poesía en lengua castellana de todos los tiempos. JOSÉ GAVILANES LASO Universidad de Salamanca (*) Parte final del texto de presentación de la séptima edición de “Los Comuneros” (EDILESA, León, 2007) |
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